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¡Hola, magos y brujas!

Después de tener el honor de traeros a todos vosotros la redacción de nuestra querida pitonisa Leah Badway, hoy es el turno de Eyrene Maatkara.

Eyrene Maatkara, serpiente y quinceañera, es la única animaga en todo Hogwarts, hasta la fecha. Una lechucilla me ha contado que su redacción llegó a emocionar a Spielberg. ¿Estáis listos?

Eyrene Lana Maatkara - Animaga

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Convergencia

Dorada. Así era la arena del desierto cuando los cálidos rayos solares de la mañana acariciaban sus granos transmitiendo todo su calor a la superficie bajo ellos. A esas horas, el viento ayudaba a crear una atmósfera más idílica meciéndolos como una dulce madre a su criatura a otros lugares del extenso paisaje y, el desierto, por unos pocos minutos, dejaba su fachada cruel e inhóspita para mostrar el lado más bello de su faceta. A lo lejos, podía escuchar las aguas del Nilo conducir hasta donde se perdía la vista, ambas orillas sometidas a su intenso escrutinio. Karnak a un lado, magnífico e imponente con los rostros vigilando el panorama, protegiendo su historia; y al otro su querida cabaña de madera. Eyrene amaba levantarse temprano a contemplar aquella escena aunque guardara esa imagen en su cabeza desde su más remota niñez. Inspiró, envolviéndose más fuertemente en su pañuelo cubriendo su pelo oscuro y rostro mientras caminaba hacia la cima de la duna más cerca a su hogar. Allí, las pequeñas partículas de tierra frotaban contra su piel sin causar daño, y sus párpados entrecerrados impedían la entrada de cualquier mota que entorpeciera su vista, acostumbrada a esta clase de estragos cuando vivían en un lugar como Luxor.

"Por fin paz" habló la serpiente, vaciando sus pulmones del aire contenido y soltando un pequeña sonrisa que no pudo contener.

Con la poca delicadeza que la caracterizaba, abandonó el pañuelo al suelo y, en un movimiento descuidado de piernas, las entrecruzó para dejarse caer sobre este. Miró al cielo y estiró los brazos en un gesto feliz y despreocupado. ¡Su verano empezaba ahora! ¡El suyo! No el que sus tutores muggles le habían hecho pasar las primeras semanas de festival en festival por el mundo (por muy bonito que fuera). ¡Adiós música ruidosa! ¡Adiós a expediciones interesantísimas que se volvían aburridas porque le impedían tocar nada! ¡Hola libertad! Dormiría durante horas en su refugio, se encerraría cuando el resto estuviera ausente para practicar en su preciado sótano sus pociones, comería dulces sin tener que hacerlo a escondidas porque ya la habían pillado con más en otro momento ... ¡Li-ber-tad! Con todas las sílabas de la palabra y su significado. Nada podía estropearle el día. Sus dulces, esperadas y tranquilas vacacio- *¿Eso es una escoba?*

Eyrene despertó de su estado de ensoñación alarmada, vigilando de un lado a otro que no hubiera nadie cerca que viera los mismo que estaba viendo ella en ese instante. Sin embargo, aunque aliviada de la ausencia de testigos, el hecho no le había reconfortando para nada. La escoba y su dueño maniobraban sin elegancia alguna ni equilibrio, levantando la arena tras de sí con cada choque brusco y ascenso repentino, unido a una velocidad que sus muy instructivas clases de vuelo le habían enseñado a evitar si alguien no quería ser lanzado al otro barrio en un parón repentino. Izquierda, derecha, rotación de 180°, caballito, pirueta, derecha y descenso, izquierda y vuelta completa, ascenso. La serpiente sentía su cuello tensionarse ante tanto cambio irracional de dirección, ojos abiertos en incredulidad y boca seca.

*Dime que es una broma* suplicó a cualquier ente que tuviera la decencia de escucharla en ese apuro *¡Maldición, Uadyet! ¡Deja esto en una crisis de la mediana edad o algo!* Los hombres muggles las tenían todo el tiempo, ¿no? Se compraban una moto o se hacían un tatuaje ... ¿Pasaría lo mismo con los magos? Sí, debía ser algo así, por supues- ¡¡CRASH!!-to. *Olvídalo*

"¡Puajjj! ¡Papá!" se quejó escupiendo arena la Slytherin, jugando con su lengua para librarse del desagradable sabor sin éxito.

De entre el tumulto de arena, una figura larga y escueta se asomaba con porte digno sacudiendo su túnica con una mueca y disparando una mirada asesina a la causante del accidente. Si había salido mal parado, Eyrene no podía adivinarlo ni lo haría jamás. El orgullo de padre no le permitiría admitir que había algo en este mundo que se le daba mal al genio Akili.

"Escobas, varitas ... ¡Van a años luz de África!" tajante y conciso, tal y como podía recordarlo a pesar de sus escasas visitas " ¡Aún no entiendo por qué elegirías un sitio como Hogwarts antes de Uagadou!" ah, ahí estaba la famosa charla de los últimos tiempos.

No lo había visto desde, ¿cuánto? ¿Seis meses? ¿Un año? En la -fantástica- cena de navidad de todos los años de la progenie Maatkara, donde si su memoria no le fallaba (y odiaba que no lo hiciera en cosas como estas) se dedicaron a felicitar a sus padres que su única hija finalmente no había resultado ser una squid como en principio creyeron que era. Aún podía recordar los rostros aliviados y las sonrisas condescendientes posarse sobre ella, la -pequeña rebelde- que no había querido seguir la tradición familiar a pesar de recibir el sueño que cada niño en África deseaba.

"Hola a ti también, papá" contestó sarcástica "Sí, he estado muy bien. Oh, mi año en Hogwarts genial, grandes experiencias, grandes amigos. ¿Que si he aprendido a usar esos trastos europeos como tu les llamas? Claro que sí" prosiguió charlando consigo misma ante la mirada impasible de su padre, tan esmeralda como la suya.

"Tienes un lenguaje demasiado raro desde que te entretienes por Europa" Eyrene abrió la boca para contradecir pero Horas levantó la mano cortándola con la palabra en la punta de la lengua "No vengo a discutir contigo nimiedades. Has estado descuidando la parte más esencial de tus raíces y vengo a remediarlo"

La agarró antes de que pudiera articular ninguna clase de protesta, y sin explicación empezó a tener una sensación de presión y náuseas por todo el cuerpo. Los pocos segundos que duró fueron una tortura. No fue hasta que logró enfocar la mirada que observó que estaba en el suelo de rodillas y temblando como un infante. Su padre sacudía la cabeza, medio confundido y medio divertido. La ayudó a levantarse con cuidado y señaló el lugar donde se encontraban. Espanto. Es todo lo que podía sentir la pobre serpiente al analizar los alrededores, el sudor resbalando por su piel y el corazón acelerado ante la perspectiva de estar en ese paraje de sabana, virgen, con animales salvajes por donde posara la vista ... *¡¿Eso es un león?!* Notó horrorizada a varios metros de su posición.

"P-papá, ¿qué exactamente estamos haciendo aquí?" *¿Quiero saberlo? ¡Esos matorrales se han movido!*

Horas, al contrario que su hija, permanecía estático calculando como un animal el entorno y dejando entrever en su rostro una no muy confiable sonrisa que hizo el cuerpo de la slytherin revolverse en escalofríos. Sin mediar palabra, la sobresaltó cuando empezó a contorsionarse y reducir de tamaño. Sus largos brazos dejaron atrás la piel humana para florecer en un abanico de plumas blancas como la nueve, para extenderse por todo su cuerpo y añadir un nuevo color al bello plumaje: marrón. Su cuello se volvió más esbelto y largo, sus piernas finas y anaranjadas terminando en forma de garra; su cara dio lugar a unos ojos pequeños y verdes, manteniendo el color original, y la boca en algo extraño que resultó ser un pico curvo. Con cada detalle de la transformación, Eyrene quedaba más fascinada, y al fin de esta, soltó un ¡oh! Al adivinar el ave formado.

"Un Ibis ... ¿por qué nunca me lo mostraste?" preguntó dolida, sus manos inquietas por tocar el grácil plumaje.

Su padre inclinó la cabeza incapaz de responder y voló alto en una exhibición acrobática que, Eyrene sabía bien, pretendía curar el ego herido con la escoba. Y con la misma facilidad con la que había aparecido, el pelecaniforme desapareció dando una vez más lugar su altivo y -para-nada-arrogante- progenitor.

"He estado descuidando durante demasiado tiempo tu educación con respecto a tradiciones" Ooh oh, la serpiente comenzaba a descubrir por donde iban los tiros "Uagadou ... no, mejor ¡África entera! Se enorgullece de tener a los mejores animagos del mundo mágico, y tú como -embajadora - " su gesto se torció un poco *Gracias papá, ya has dejado bastante claro que no apoyaste ni apoyarás mi decisión de estudiar allí* "debes ser nuestro exponente en Hogwarts"

"¿Estás loco? Respondió asustada, buscando de reojo cualquier especie de salida para correr si fuera necesario "¡Apenas sé usar magia convencional! ¿Qué te hace pensar que voy a lograr un prodigio así? ¡Quieres atraparme entre dos especies! ¡Condenarme! ¡Quitarme la capacidad de razonar toda mi vida!"

"Me alegro de que te entusiasme" asintió el hombre ignorando de manera consciente a su escandalizada hija "No hay nada como tiempo de calidad entre un padre y su descendencia"

"Te has peleado con mamá" afirmó rotunda la serpiente frunciendo el ceño, notando un ligero cambio en la postura de Horas y el tic en su ojo izquierdo al ser pillado.

"Tonterías, no mezclemos una cosa con otra" respondió apresurado "Vas a estar aquí todo lo que queda de verano, así que ve preparándote"

*¿Lo que queda de verano?* la serpiente miró a su padre, incrédula. ¿En medio de la sabana? No podía ser cierto. Analizó el sitio una vez más, y un pequeño detalle que había pasado desapercibido en el momento de la llegada se hizo totalmente evidente. Una cabaña. Hablaba en serio. Tragó saliva, y cuando fue a protestar su padre introdujo algo en su boca sorprendiéndola.

"Hoy es luna llena. Tendrás esa hoja de mandrágora un mes, bajo la lengua, sin discusión"

Y con aquello, comenzó lo que a Eyrene le gustaba llamar -tortura espartana-. La primera semana su padre no le había quitado el ojo de encima, rechistándole cada vez que hacía el amago de quitarse la hoja para poder comer bien como una persona normal. Lo odiaba. La cabaña era pequeña, la comida limitada a fruta y purés porque no podía masticar bien con la hoja y vivía con miedo de que se la tragara. Sentía que se le había adherido como una segunda piel al paladar; jugaba con ella, la rotaba, intentaba babear lo menos posible ... y por las noches, no pegaba ojo debido a los sonidos incesantes de todos los animales salvajes en el exterior, mientras su familiar dormía plácidamente, Horrible, no había otra palabra para describir la experiencia. La segunda semana, sin embargo, y contra pronósticos, no fue mejor. Despertó al sonido del cornetín de un sobresalto, con su padre sonriendo maliciosamente frente a la puerta.

"Magia sin varita" fue lo único que dijo, y todo lo que bastó a la serpiente para sudar frío. A la tortura de mantener la hoja a salvo en su boca, se le unió el intento de canalizar la magia en sus manos y no en una varita como estaba acostumbrada, Por Uadyet, ¡ya se le daba mal de por sí con con ella! ¿Por qué alargar su sufrimiento? Tuvo que aprender los hechizos básicos de primero y segundo en un tiempo record, y a la tercera semana seguía inspeccionándolos bajo la mirada crítica y nunca satisfecha de Horos.

"¿Qué haces con esa postura?" "¿Por qué mueves la mano de esa manera?" "¡Tu pronunciación es pésima!" "¡Ten más voz en ese cuerpo!"

*Vacaciones ... vacaciones ...* canturreaba al final de la cuarta semana, mirando a los leones a lo lejos con envidia. ¿Por qué ellos podían disfrutar tumbados todo el día y ella tenía que soportar a ese ... ese ... ¡monstruo torturador! Agarró la cuchara con asco, mirando el contenido. Puré de patata. Otra vez. Para alguien como ella que gustaba de comer, había sido lo más difícil. Sentía la ropa más holgada, su panza protestar, debilidad en los brazos por el ejercicio y falta de comida apropiada. Por un instante cuestionó la sanidad de su padre y sus propósitos. ¿Quería matarla?¿ Tenía un heredero más apropiado en mente? ¡Que se lo diera todo a él, pero por merlín, que la dejara en paz! Levantó la vista para admirar la luna llena. *Al menos hace una noche precio-*

"UGH, ¡PAPÁ!" gritó enfadada, sobando su preciada cabeza ante la poca delicadeza del otro, quien sostenía entre sus manos unos cuantos pelos azabache arrancados. Se quedó con tres y depositó el sobrante en la mesa, asintiendo con satisfacción.

"Saca la cuchara de plata de donde sea que la escondiste. Espero que lejos de rayos solares como te dije y que no la tocaras" instruyó, obligando a Eyrene a abandonar su cena con resignación y hacer como ordenaba, Al fin terminaría todo, para bien o para mal. Y ella sabía que era más probable lo último mencionado. Se agachó para mirar bajo la cama, y estiró la mano hasta alcanzar una caja situada en la esquina más interior. La sacó con cuidado, la colocó sobre la mesa, y abrió. La cucharilla de plata estaba intacta, tal y como se la había dejado la semana antes, sin huellas, impoluta. Todos los instrumentos necesarios ya estaban distribuidos alrededor de la mesa. La cabaña estaba oscura, desprovista de toda luz salvo la de los rayos lunares. Todo perfecto. Esa era la noche. Con cuidado, cogió el frasco y lo inclinó en una posición donde los rayos rebotaran sobre el cristal, y una vez hecho, escupió la hoja en él y metió los tres pelos arrancadas. Nunca se había sentido más aliviada en su vida de escupir algo, y esperó que jamás tuviera que repetirse. Con la cucharilla, lentamente, removió el contenido como si aquel brebaje fuera una pócima volátil y esperó. Solo quedaba esperar.

Su padre estaba inusualmente callado, pero lo agradecía. La estaba ayudando, enseñando sus raíces, sin embargo, no podía estarle agradecida. Eyrene, en el fondo, sabía que nunca podría perdonarle ese mes, y por otro lado agradecía haber tenido el tiempo que jamás le dieron. Derrepente, se escucharon truenos a lo lejos, y compartieron una mirada llena de significado. Era la hora. Nerviosa, inspiró y expiró cogiendo fuerzas para aquello que fuera a venir. Varita en mano, la colocó sobre su corazón.

"Amato Animo Animato Animagus" recitó sin ninguna duda. Sintió un pequeño escalofrío recorrer el cuerpo, como un calambre. Y esperó sin pegar ojo al amanecer, sentada en su silla, sin conversaciones, ni ánimos, solo el silencio sepulcral de quien espera su ejecución. Sentía los párpados pesarle, la boca seca, la espalda dolorida y los oídos taponados. Entonces, el hombre a su lado golpeó con suavidad la mesa, dando la señal esperada. Retomó el aire. Podía hacerlo, había llegado hasta aquí. DEBÍA hacerlo. "Amato Animo Aniamato Animagus" y bebió el vial.

La sensación de electricidad por su ser se intensificó. Su cuerpo dolía, ¿pasaba siempre en las primeras transformaciones? Se revolvió, sintió los cambios, pero no quiso abrir los ojos. ¿Perdería la razón? Estaba asustada y emocionada, todo de una vez. Entonces, cesó. *¿Estoy pensando? ¡Estoy pensando!* Se aventuró poco a poco a la realidad, abriendo los ojos despacio y con miedo. Su padre sonreía con una ceja enarcada. Analizó su cuerpo con detalle . Patas negras terminadas en garras, pelaje negro como el carbón. Intentó mirar hacia atrás, para solo atisbar una cola larga e igual de oscura, y buscó a su padre por respuestas.

"Una pantera negra, querida" habló orgulloso, y por primera vez, Eyrene sintió que esas vacaciones habían merecido la pena.

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Sencillamente maravilloso. Ha sabido cómo transportarnos al caluroso desierto de Egipto. Y a vosotros, ¿qué os ha parecido?

¡Y esto es todo por hoy!

Abrazos croquetiles,